lunes, 12 de noviembre de 2007

Cuento Sobre La Amistad

Éramos unos perfectos desconocidos para ese entonces. Él una potencial belleza a futuro, y porqué no en el presente. Yo era simplemente parte del grupo de zombies que me rodean: en el salón, mi hogar, el mundo.

Fatal casualidad. Compartíamos un gusto en el cual pude hablarle, y como toda persona inteligente lo hace, me enamoré muy idiotamente. Me fascinaba la forma en que se vestía, sus Converse; su hablar, sobre todo la manera en que lo hacía; sus ojos pardos al caminar, derretían mis débiles rodillas. Era un dios que descendía ante mí desde el mismo Olimpo cada vez que nos encontrabamos.

Los días pasan muy lentamente pensando en él; mi imaginación en un triste intento me transportaba a su lado, pero no se puede, no podemos.

Por fin se decide y me va a acompañar a comprar unos nuevos audífonos para mi ya anticuado MP3... vaya. cada vez mis pretextos son peores.

Mi naturaleza suicida no puede ser contenida más. -Tengo algo que decirte. Él atiende, lo digo y creo que su mente se ha quedado petrificada entre ambos instantes.

Seguimos caminando, debemos regresar al lío de la ciudad y sus gentes, no hay salida. Además, él debe regresar a aquel lugar donde intentan enseñarle algo... ¡Ja! Como si supiera prestar atención a lo que le dicen, agradezco que eso no pasa conmigo.

Le regalo una muñequera de cuadritos rojos y negros, en señal de mi incorrespondido amor. ¡Ah! Olvidé que venía junto con un pin muy sangriento para la ocasión.

¡Somos tan diferentes y a la vez tan similares! Desde el momento en que pronuncié aquellas palabras mortales nuestra amistad es enorme, profunda, inagotable, es la más pura Hermandad. Tanto que incluso tenemos un saludo antes de colgar el teléfono cada noche, tuvimos que tomar esta medida pro su infinita terquedad de nunca colgar, por ellos las siguientes palabras endulzan mi sueño: "Undostrés, Hermano".

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