miércoles, 24 de diciembre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo V: Maldita Sea (esto se acerca a su fin)

No hubieron mayores intercambios de palabras para dejar en claro algunas cosas: Primero, mi repentina obsesión y enfermizo amor hacia Flora aún carecían de una explicación. Una buena explicación. Es decir, una persona que se ha considerado homosexual —y bisexual en algunos escasos momentos de su vida— desde que tiene uso de razón no puede enamorarse así por una fémina que acaba de conocer hace unas decenas de minutos, trece decenas para ser exactos. No puede ser, es terriblemente inexplicable. Terriblemente terrible.

Segundo, Flora está demente. ¿Gustarle alguien como yo? ¿Qué diablos tiene en su cabeza ese encanto de chica? Con su metro sesenta y cinco, sulfurosos ojos color chocolate, delicados labios y esa melódica voz que tanto me hechiza, ¿no pudo haberse conseguido un mejor partido? No es por menospreciarme, ni mucho menos causar empatía en los que me rodean, pero estoy seguro que hay alguien más, mucho más indicado para ella. Simplemente sé que ese alguien no soy yo. Definitivamente.

Y tercero, todo este rollo del ser o no ser, de sufrir o no sufrir, me está llevando al borde del colapso, de la felicidad. Hay algo en esta extraña situación que me inspira una desconfianza gigantesca del tamaño de mis sueños rotos. Es decir, faltan pocos días para que confirme mi fe ante Dios y toda su inmaculadísima Iglesia y aún así la duda, la mortal duda de que si durante toda mi vida he vivido engañado y de que si ser gay es realmente tan horripilante como dicen está que me da caza. No permitirá que viva en paz hasta que el mismísimo Dios baje desde su reino y me lo revele, me revele aquello que no es más que la verdad absoluta e irrefutable. Si tan sólo Jesús volviese a la Tierra para resolver todas aquellas interrogantes que perturban la paz del mundo actual, si tan sólo…

—¿En qué piensas? —¿Cómo llegaron mis brazos a rodear a Flora, y qué hora es?

—¿Eh…?

—Te pregunté en qué pensabas —por alguna extraña razón está impaciente por una respuesta, ¿qué le digo? Dudo que la verdad le vaya a hacer mucha gracia… —Anda, dime. Debes aprender en confiar en mí, total, soy tu enamorada, ¿no?

Oh, Dios mío, ¿qué? Esto sobrepasa los límites. ¿Enamorada? Examiné su mirada… El chocolate estaba hirviendo bajo sus tostados párpados, lo cual intimidó a mis afeminados globos oculares que de inmediato adoptaron una posición defensiva y oscura. Si los ojos son, supuestamente, el espejo del alma… ¿Podrían haber todos visto lo putrefacta y débil que era la mía? Sentí cómo al desviar mi mirada de la suya hacia el horizonte el chocolate automáticamente se solidificó, secó y partió en dos. Pobre, pobre Flora. Pobre.

—No pensaba en nada, en serio. Bueno, pensé en algo importante y eso eras tú. Me parece increíble en cuántos lugares erróneos te he buscado todo este tiempo y en el lugar menos esperado apareces. ¿Es que acaso Dios no es grande?

—Supongo que sí, considerando que soy una atea socialista… —reímos al unísono, sin importarnos la falta de comicidad de su frase o lo idiota que nos veríamos juntos riéndonos de tonterías. Milca al reparar en nuestra actitud me dedicó una mirada digna de “que gay que eres” y junto con Mike evaluaron las posibilidades de realizar una cita doble (¡e incluso un matrimonio doble!) a la luz de la luna en algún restaurante decente en las cercanías del hotel donde se hospedaban las delegaciones de sus respectivos colegios (considerados como parte de una sola cadena educativa).

—Sí, Milca. Imagina a tu viejo bigotón entregándote a Mike bajo la promesa del amor eterno y toda la cursilada digna de un matrimonio entre dos babosos —esperé un segundo y el silencio era ahora sepulcral. Curioso, a Mike no le hizo gracia mi comentario y mucho menos a nuestras parejas. ¿Por qué seré tan imprudente?

—En fin —dijo finalmente Mike—, creo que deberíamos aprovechar el día libre que se tomaron del colegio para pasear por los alrededores. De dónde venimos, no hay absolutamente nada que hacer, la vida es demasiado monótona y predecible.

—Es una lástima que tengan que irse en dos semanas —dije, conmocionado por haberme dado cuenta recién del poco y largo tiempo que me quedaba para estar junto a mi… enamorada—, pero creo que el tiempo será suficiente para darles un CityTour alrededor de los principales atractivos de Lima.

—¡Vámonos de una vez que me tostaré aún más! —me reí, ¿es menester ser tan graciosa todo el tiempo?— ¡Mateo, eres un racista! Todos reímos una vez más, en especial Milca con sus escandalosas risotadas.

Tomamos un taxi hacia el KFC entre las avenidas Los Frutales y Javier Prado Este y supe que se avecinaba lo peor: comer. Sí, comer. Comer en sí no es algo por lo qué lamentarse, al menos no en mi caso ya que por alguna extraña razón mi cuerpo siempre mantiene un peso fijo. Lo que me preocupa cada vez que salimos con extraños es la manera en la que como. Mis amigos con los que tengo más confianza me repiten que soy un marrano comiendo y que es fácil identificar cuál había sido mi merienda antes de vernos. Perfecto, ahora Flora vería lo cerdo que soy.

Eso no te conviene… —¿de dónde vino eso?— De tu subconsciente, cerdito. Ahora, escúchame bien, debes persuadirlos para que vayan al Starbucks que está cruzando la Av. Javier Prado, ¿o es que quieres que Flora descubra lo poco maravilloso que eres? —No, no quiero eso. Starbucks, entendido.

Sorprendidos, vieron como al bajar del taxi me dirigí en dirección opuesta al emporio del pollo frito y los triglicéridos hacia el único lugar donde no necesariamente teníamos que comer y donde lo que sirven es buenísimo: mi idolatrado Starbucks. Flora, casi incapaz de no hacer mi voluntad (los mismo que me pasaba con ella), accedió al instante y se apartó de Milca y Mike para unirse a mí en la travesía del café. Milca me observó molesta y tomó a Mike del hombro y nos siguieron. Tener mi brazo alrededor de Flora me estaba resultando incómodo en demasía, era como abrazar a un hombre de nieve, o tocar con mis manos desnudas la gélida superficie de un glaciar. Creí que en cualquier momento la podría derretir… Qué imagen para más morbosa y genial. Realmente genial.

Llegamos a la puerta que resguardaban al aromático castillo y uno de sus amables plebeyos nos dio la bienvenida con una de esas sonrisas Colgate que sin ser perfectas, inspiran una confianza abrumadora.

—¿Qué van a pedir? —La sepulcral voz de la encargada de las órdenes me desorbitó por un momento y obligó a mirar hacia otro lado. Noté la calamitosa presencia de un individuo fácilmente europeo que me reinició por completo el sistema operativo, y no me siento culpable, ¿quién podría haberse resistido a su metro noventa de altura, ojos tan celestes como el cielo que nos condenaba con su luz, musculatura prominente y prometedora y una cara digna de Adonis, o al menos de su medio hermano mortal no reconocido? Jesús (mis disculpas si daño susceptibilidades, es sólo una expresión), ¡qué bueno estaba! Me quedé mirándole fijamente y me olvidé que mi enamorada estaba junto a mí, que el mundo existía y que aún debía hacer el maldito pedido.

—¡Maldita sea, Mateo! ¡Despierta! —Miré atónito cómo Flora dejaba escapar unas dos lágrimas y media y luego se dispuso a escapar del hipnotizante reino. Quise seguirle el paso y decirle qué demonios le pasaba, ¿se iba a comportar así si una chica quedaba mirándome y me hechizaba como aquel galán digno de exportación y una carta de agradecimiento?, pero Milca me detuvo, y entre un tono de decepción y falsa comprensión me advirtió:

—Tenemos que hablar —espero que no sea…— AHORA.

Mike, anonadado, le dijo a su eterna acompañante que nos reuniríamos en el hotel si es que lograba tranquilizar a Flora y explicarle mi condición. Sin embargo, un segundo antes de irse sacudió la melena y con el mismo tono que había utilizado su polola[1] me, por segunda vez en menos de tres minutos, advirtió:

—No, yo no le diré nada. Serás tú quien lleve a cargo la descomunal tarea de contarle a Flora sobre tu condición. Deja de acobardarte de una buena vez, adiós —se despidió de Milca con un breve beso y se fue tras Flora, que seguramente caminaba con la cabeza gacha a lo largo de la Javier Prado, pretendiendo no poder escuchar los latidos de mi corazón, ni los latidos del suyo, que se moría por mí.

Segunda parada para un paréntesis. Si aún no lo descifráis está claro que no sé escribir. ¿Descifrar qué? Descifrar aquella cosa que el mundo tan enfermizamente ha hecho que se incluya en mi vida y me modifique, como un virus, poco a poco, hasta que este a su merced. Este letal virus, que a su vez me otorga la vida se llama Flora, y no hay nada en este mundo que me pueda detener en la gloriosa tarea de amarla. Nada excepto los chicos. ¿Podré continuar así? Sería mucho más sencillo cortar esta tragedia de raíz y matar a Flora quizás en algún accidente de tránsito, es viernes, así que puede entrar en un contexto real el hecho de que haya un chofer embriagado manejando a 90 km/h a lo largo de la Javier Prado. O quizá sea necesario mantenerla unas páginas más con vida y tratar de descifrar qué es lo que me quiere decir. Trataré de entender los jeroglíficos que ahora adornan las paredes de su corazón, y a la vez intentaré desenterrarlo de la siniestra cueva en la que se ha enterrado. Solito, por su cuenta. Cierra paréntesis.


[1] Término que usan los chilenos para referirse a su contraparte femenina.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo IV: Te Amo Así Todo Raro

(Dedicado a mis lectores, que aparentemente son sólo 6 y a Daniel, por no ser homofóbico, por más de haber estudiado en un colegio de hombres..., provecho.)



Volví hacia la mesa donde Flora me esperaba. Que extraño, no sentí las miradas punzantes de los asistentes a la fiesta digna de Vento.com, ni pude oír sus comentarios. Me siento demasiado ajeno a mí mismo, todo esto me resulta… resbaladizo, por decirlo de alguna manera. Parece que junto al antiguo Mateo también se carbonizó mi inseguridad, y se hizo humo la vergüenza transformada en mi típico rubor en el rostro.

Estoy a pocos metros de ella, y por alguna desconocida razón percibo el perfume a príncipes negros que despide. Jamás podré olvidarme a su sensacional olor a rosas negras y salvajes. Faltan tan solo cinco metros y ya estoy pensando en qué demonios le voy a decir. ¿Debería quizá decirle que se ve lindísima? No, eso no. Pensará que soy un mandado, o peor aún, un aguantado (créanme que no necesito del sexo). ¡Ya sé! Me disculparé por la tardanza y trataré de hacerla reír un poco más, su sonrisa nos hace sentir a ambos genial.

Tres metros… la miro desde lejos. Dos metros… nota mi presencia. Un metro… me dedica una sonrisa, guau, que genial se siente. Genial, genial, genial.

Sorry por la demora, no fue mi intención—sí, claro—, ¿me perdonas? La miré con esa mirada tan mía de perrito extraviado, y creo que ella entendió mi mensaje… ¡Qué bellos ojos!

—No es necesario que te disculpes, en serio. Todo está tranquilo por aquí… ¿y tu amiga se tomó la foto con Renzo ComoSeEscribaSuApellido?

Reí, y me di cuenta que me había olvidado completamente del tema. Milca lo había mencionado en el taxi mientras caía como un pequeño Pug—una raza de perros demasiado sexy, ergo, linda— en los brazos de Morfeo, y también lo había mencionado antes de desaparecer con Mike. Hasta hoy día me pregunto qué habrá sido de la dichosa foto.

— ¡No lo creo! ¿En serio te dijo eso? No puedo creer que tus amigas más cercanas sean tan superficiales, es increíble hasta dónde puede llegar la influencia del dinero —un segundo, ¿de qué estábamos hablando? Eh… Ah, eso, claro, claro.

—Sí, es estúpido cómo se emocionan por ver a uno de esos pituquitos, parece como si necesitaran de ver a alguien con una nariz respingada y una piel de mármol para sentirse bien consigo mismas. ¿Has visto sus poses? Son ridículas.

—Menos mal que tú no eres así. No sé porqué, pero eres diferente. Quizá suene muy… inapropiado pero… — ¿por qué demonios se ruboriza? ¿Qué está pasando?—. creo que me gustas…

Silencio total. Paz total. Es raro, bien raro, rarísimo sentir que tu mundo entero se derrumba y por su propia cuenta se reconstruye hilo por hilo todo al mismo tiempo. Es como si un ser telequinético y perfecto hubiera colocado cada pedazo de vitral roto en el nuevo diseño creado en el momento que conocí a Flora. El vitral antiguo que coexistía con los demás Mateos tan solo reflejaba un mundo digno del Apocalipsis, lleno de bestias con mi rostro, llamas color de mis lágrimas, luces oscuras y extraviadas y demás calamidades que mi antiguo yo se había encargado de que creyera… Olvídalo, ya fue.

Respira profundo, RESPIRA. Vamos, Mateo, tú puedes. Inhala.

—Tú también me gustas… Mucho.

Exhala.

—¿Te gusto? Espera… —note como su mirada analizaba al detalle mi expresión, ¿cómo puede pensar que diría que no?— Déjame procesar todo esto. Tú, Flora, chica que he conocido hace unas dos horas y que me has encantado hasta las células, ¿me estás diciendo que te gusto?

—¿En serio te es tan difícil aceptarlo? —Asentí con el pensamiento—. Ni creas, eres lindísimo.

—Pero… yo soy raro, rarísimo, aún no sé porqué la Guardia Nacional no me extermina o mete en una jaula en el zoológico. Soy un freak show. Al menos tienes que admitir eso.

Se rió, vaciló y finalmente, mirando a las flores que adornaban la mesa y de paso a nuestra ficticia utopía (ajena a cualquiera otra persona que no sea ella o yo), agregó:

—Te amo así todo raro.

Pasa uno. Pasan dos. Dos latidos acelerados de corazón.

—Te amo así toda sonsa.

Entrelazamos nuestros dedos y pude sentir como la piel bajo mi palma vacilaba ante el repentino cambio de temperatura. A diferencia de cualquier cadáver clásico, bajo mi rosácea coraza fluía la sangre… una sangre caliente y azulada. Contrario a lo que pensaba, Flora era efectivamente, un ser de manos frías, muy frías. Sin embargo, se ruborizó una vez más cuando acaricié su petrificada mano y elevé mi temperatura a los 30 grados. Miró encendida hacia otro lado y devolvió la mirada hacia mí, con su llama un poco extinguida.

Consideré en ese momento la idea de que ella me ocultaba algo, ese algo que por compromiso uno no dice, ese algo que te lleva a estar con alguien sin amarlo completamente, o al menos sin amarlo en parte. Mi confusa imaginación creó situaciones en las que ella divagaba en su propia mente y se azotaba con un látigo de espinas cada vez que recordaba lo que me había dicho y cuán tonta había sido por aceptar mis ridículas proposiciones. Nada me dolía más que su infelicidad. Nada.

Decidí dejarla ausentarse un poco y yo hice lo mismo. No hay razones por las cuales apresurarnos, tenemos días de sobra para conocernos aún más, me encuentro seguro de que todo esto está más que bien, está perfecto. Además, todo este romanticismo me está provocando náuseas. ¿Soy tan cursi en la vida real? Espero que no.

Créeme que sí lo eres.

— ¡A callar!

jueves, 18 de diciembre de 2008

¿Empezamos De Nuevo?

—¡Mírate! Y mírate bien, ¿no ves lo monstruoso que eres? Por Dios, no puedo creer que tuviste que esperar a que ese maricón te lo dijera para que te dieras cuenta.

—El es un bruto, un ignorante más del montón de mierda de este mundo.

—Pero no le vas a quitar la razón —…—, porque ciertamente la tenía. Ahora dime, ¿quién se fijaría en ti? Perdón, perdón, mi pregunta era otra: ¿cómo creiste que alguien tan guapo como Renzo se fijaría en ti? ¿Cómo? Pequeño ingenuo, hiciste mal en volar tan alto, porque la caída es mucho más dolorosa.

—Muérete…

No sin antes decir todo lo que tengo que decir. Ah, sí, ERES HORRIBLE, la máxima expresión de la fealdad. Obeso y feo, espléndida combinación. No importa cuán inteligente o listo puedas ser, a estos maricas sólo les importa que tu peso no supere los 70 kilogramos, y que tengas al menos una bonita cara, o al menos pasable. No les importa tu corazón, ellos ya carecen de uno.

—¿Cómo puedes saberlo? Eres solo una voz en mi cabeza.

Una voz que te muestra tu realidad, cruda y sincera, pero al final siempre sincera. Mira, mi estimado, más vale que te concentres en algo más…, algo más para ti. Algo como leer, o estudiar, o no sé, esas cosas que la gente fea hace. Tu seguridad y aparente felicidad solo eran un débil cascarón que trataba de ocultar aquello que te causa tanto, tanto dolor. Aquella necesidad que no te abandona NUNCA, y te persigue en cuanto conoces a un nuevo galán. Esa necesidad de ser amado.

—¡A callar! Ya escuché suficiente.

Lo que pienses tú, jamás es suficiente. Has llegado al punto de repetirte tantas veces que tal o tal te amaban que te creías la mentira completa. Con detalles y todo, con alucinaciones y frases y besos y abrazos. Te lo creías todo, idiota, todo.

Decidí mirar mi imperfecta cara una vez más, y me quedó claro porque Renzo me había exterminado de su vida. Sí, eso era. Cualquiera le hubiera perdonado una actitud indiferente o incómoda a alguien con un rostro de ensueño. ¿Pero a mí? Me da risa de tan solo considerar la felicidad. Todos somos superficiales, aún más cabro el que diga que no. El amor verdadero no existe, no, no.

—Mateo, ¿estás bien? —le explico brevemente mi historia a Manu, el afeminado que me dice que todo estará bien, que valgo, que debo mantenerme bien, que mierda, que mierda, que mierda.

—No necesito tu pena, en serio que no.

—Entonces, ¿qué es lo que necesitas? Por favor, solo dímelo, tenemos que iluminar tus ojos de nuevo, ¿si? —lo miro un instante y deseo que esté muerto.

—Si pudieras traer a Renzo aquí, frente a mí, sería el gay más feliz de toda la jodida tierra —mi cara se mantiene inexpresiva, acechando su respuesta.

—Sabes que eso no es posible. Sigue adelante —con un gesto resignado se despide de mí, sin dejar de repetir las mismas idiotas frases que dijo hace unos instantes— y olvídalo ya.

¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidarlos? ¿Cómo, si Renzo fue tan solo la mortal cereza que le faltaba al hediondo pastel? ¿Cómo olvidar los rostros de aquellos que se llevaron un pedazo de mi Amor arrastrándose tras de ellos? ¡¿Cómo?! Si alguien sabe la jodida respuesta que lo diga ya, el tiempo no borra ninguna herida, solo la disfraza, la oculta para que no recordemos. Pero siempre el que no es amado la recuerda. Está ahí, la llaga, en espera de algún sádico amante que la bese, que entienda. No necesito a una bola de incompetentes amados que me digan que todo está bien, que ya pasará; necesito a un sufrido, a un marginado, a alguien que me diga que me entiende porque él tampoco ha sido amado, y que me proponga matar a Soledad juntos, como novios, agarrados de la mano, susurrándome al oído: “Te amo”, “eres todo para mí en este lento entierro”, “eres exactamente mi marca de heroína”, “no necesito a nadie más”, “volemos juntos, fuera de la inmundicia”, “ven, agarra mi mano y siente que mi sangre solo fluye por ti”.

Suena mi teléfono celular, no me apresuro porque sé que no se trata de nadie importante, seguro es mi madre. Lo alcanzo medio dormido y contesto.

—¿Dónde te escondes amor mío? ¿En el fondo de tus mares? Solo dímelo, que yo me ahogo por ti…

lunes, 15 de diciembre de 2008

Una Cosa Totalmente Aparte (para Renzo, porque nunca te tuve)

(Ignoren esto, que la historia de Mateo —la "Novela aún sin título"— está más interesante. Mi desangramiento no merece ser leído ni por las sombras.)

Creo que hay algunas personas en este mundo que simplemente, por azar, voluntad propia o sadismo divino, están destinadas a estar solas. Una de esas personas soy yo. Dudo que una de mis más cercanas amigas lo entienda porque sinceramente carece de sentimientos, le importa un banano tener enamorado o no, y vive feliz toda soltera. Pero yo no.

Yo soy una persona que está pasando por una etapa de necesidad amorosa. Y vaya que estoy necesitado. Hace unos días conocí a un individuo (sí, individuo) completamente fantástico, mi “media manzana” (¿tanto Twilight?), alguien con quien pasar el resto de mis eternos días de verano y uno que otro otoño. Sí, lo admito, me ilusioné e idolatré tanto a este —espero aún no insignificante— ser, que me enamoré perdidamente de él por dos días y lo perdí al tercero. Maldito seas, Jesús —me arrepiento, me arrepiento—. Que sea entonces, lo que escribo ahora, con el corazón en el abismo y la cabeza en el plano Tierra —ya era hora, soñador—, una dedicatoria de amor para Renzo, mi Zach.

—Y el herido se enamoró del iluminado… —lo miré a través de la fina capa de “tequieros” que nos separaban, era tan delgada que por poco y la atravesaba, como una espada al corazón de una virgen.

—Que iluminado para más consecuente con lo que se supone debe predicar —hermoso, hermosísimo tono sarcástico—, ¿qué debo hacer para gustarte?

—Déjate de bromas —miré fijamente sus ojos, carecían de calumnia, como siempre—, ¡estoy enamorado de ti!

—Sí, pero eso no significa que te guste.

Lo miré, y no pude evitar desarmarme frente a la manera en como me miraba. Sus castos ojos se mantenían vigilantes, esperando la más mínima vacilación para matarme. Tenía que ser él quien me matase, nadie más.

—¿Por qué estás tan enamorado de mí, entonces? ¿En serio crees que soy tan perfecto?

Me contuve por no responderle con miles de sí al mismo tiempo, aunque eso hubiera violado las leyes naturales. No podía pensar en otra cosa que no fuera él, no me importa si estábamos sentados sobre unas rocas en las afueras de su casa, ni en que cualquier momento su madre podría salir con el perro y joderme el plan. No me importa, nada me importa.

—No lo sé, ni me importa saberlo. Sólo me importa saber que tu corazón aún late, y que tu voz aún siga junto a mí, estremeciéndome hasta el núcleo de cada una de mis homosexuales células.

—En serio me das miedo, eres el ser más extraño —te faltó gordo, horrible y huraño— que puedo haber conocido jamás.

—¿No fue acaso ese nuestro primer tema de conversación cuando nos conocimos? Todavía sigo con la duda de porqué aceptaste en salir conmigo. ¡Mírame! ¿Acaso estás ciego? —una inútiil lágrima se resbaló por mis ojos, y pude sentir lo óxidado que estoy por dentro.

—Quiérete, ¿quieres?

¿Será su sonrisa la que evitó un asegurado rompimiento de corazón —o de nariz— o quizá fue su aparente sinceridad? Sea lo que sea, me permitió ver con más claridad y quebrar las cuatro paredes que me —NO nos, me— rodeaban. Seguía, a las 11:40 AM, con el interior puesto y las medias a medio poner, sobre mi cama, soñando con un mundo mejor donde sólo existía Renzo, Renzo, Renzo.

Decidí, hace unas horas, conectarme al Messenger de vez en cuando para ver si Zach se dignaba en hacerme feliz con su presencia. Creo que ya perdí la cabeza. Desperté a las 6:17 AM, lo que lamentablemente significaban más minutos disfrutando de la ausencia de Zach —exacto, es sarcasmo— y más minutos disfrutando de la compañía cibernética de unas cuantas personas —sigue el sarcasmo—, que no eran todas, pero en su mayoría sí.

—Y entonces, ¿cuándo se supone que me dirás que lo que te gusta de mí?

—Yo… —evite mirarlo a los ojos, no puedo seguir en esta situación, no puedo más.

¿Por qué decidiste dejarlo en el recuerdo?

—Porque ahí es donde debe estar, bien escondido para que mis lágrimas no vayan a buscarlo. Me enamoré del pecado. Del más sublime y adecuado pecado. Te juro, cualesquiera de mis yo que seas, que a él lo mantendré fresco en la memoria, por si algún día decide rescatarme.

Creo que necesitas esto —extendí mi humanidad hacia el escritorio, rebusqué por todos lados pero no encontre el cuaderno negro—, maldición, olvidé donde lo pusimos. No importa, toma tu agenda antigua y un lapicero rojo, que representará a tu sangre, tu dolor.

Hice lo que me encomendó la macabra voz, y escribí lo que nacía de mí en ese momento, con los ojos mirando hacia el vacío cielo.

Oh, gran amor, ¿donde quieres que os busque? ¿En el fondo del mar? Sólo dímelo, que yo me ahogaría por ti. No eres más que un ideal mal idealizado, una burla para todo aquel que lee sobre amor verdadero, pero que busca y jamás encuentra. ¿Se supone que es tan miserable el destino? ¿Tan larga la espera? Cada vez que siento encontrarte te desvaneces como el estúpido e inútil espejismo que eres. No sirves para más que sustraer lentamente mi felicidad. Te odio, así seas hombre o mujer, cosa o animal. Eres la peor mierda que Dios pueda haber permitido vivir en su reino. Maldita malformación, ¿por qué no infectas de cáncer a otro corazón? ¿Por qué no? Tengo el corazón diseccionado en millones de pedazos y todo por soñar más de lo que se me está permitido. Sí, gracias por avisarme tan oportunamente que Zach no era el amor, gracias de verdad. Me hubiera ahorrado vomitar el corazón y maldecir a mi Dios. Odiados aquellos que hayan a su “media manzana”, la mierda que sea, pero que sean muy, muy felices (mientras les dure la mentira). Jamás sabrás lo que es sufrir pues jamás sentiste, jamás viviste. No eres más que una fantasía, una muy, muy triste, deprimente y delirante melodía. La mierda encarnada en un arcoiris, su unicornio y la olla de oro que nunca fue encontrada. Nunca.

No puedo más, me duele la arteria aorta de tan solo ver las calamidades que escribí ayer. Son ciertas, al menos para mí. Y estoy seguro que el sentimiento no durará mucho, quizá solo dure unos días más, una semana como máximo. No pienso dejar que me deprima mucho, no por ahora. Más que al amor de Renzo, esto se orienta a la falta de su amor, que jamás estuvo ahí, y a las consecuencias de mi desafortunada ilusión.

Dejaré la llaga sin curar, en caso de que él decida volver y le cause gracia introducir su dedo bañado en sal y una que otra maldición.

Blog Bajo Construcción

El título lo dice todo. Aún así sigan leyendo y comentando, que tanta falta me hace.
No se pierdan el drama de Mateo (lean los tres posts anteriores).

Actualización: Cambié el nombre del blog, me gusta más.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo III: ¿Creo Que Me Volví Esquizofrénico?

— ¿Estás bien? Creo que deberíamos llamar a su amiga… Sí, a Milca.

¡No, no! Solo te quiero a ti, solo a ti. Maldición, ¿tan estúpido te parezco? Ella está rebosando de felicidad junto a Mike y no quiero quitarle más tiempo del poco e insignificante que disponen. Veo a Milca acercarse, pero al igual que cuando leía Amanecer, mi mirada la aterró como quien hubiera visto a un fantasma, un fantasma que por vez primera desde su muerte —exactamente hace cuatro años— había recordado como soñar y sentía su putrefacto corazón latir una vez más. Unas veces más.

—Lo siento. Soy un poco —bastante— tarado —imbécil— cuando conozco a alguien que… que no conocía antes. Tú sabes, a una desconocida.

Mi comentario por alguna razón le hizo gracia, y lo peor de todo es que esa no era mi intención. Yo sólo trataba de ordenar mis pensamientos a la medida de lo posible para poder disculparme por mi lapsus homosexualus brutus que había llamado, afortunadamente, sólo la atención de Maricel y Flora. Me miró y creí haber visto al chocolate derritiéndose en sus irises.

— ¿Y tú que hacías dentro del programa en tu grado? — ¡gracias Dios! Esta es la oportunidad perfecta para desplegar todo mi ingenio y sutileza, me pregunto si aún sabré conquistar a una fémina— Dudo que hayas sido un empleado más. Tienes una pinta bastante intelectual, ¿o me equivoco?

— ¿Cómo te podrías equivocar Flora mía? —Sentí como si mi cuerpo me hubiera traicionado aún peor que Milca en esos días en los que mi corazón albergaba la esperanza de que Mike fuera gay. Quise en ese momento morir, y ser tragado por la Tierra hasta su núcleo. Así mi estupidez perecería de una vez por todas. Pero no, estaba destinado a permanecer más tiempo ahí del que mi razón me hubiera permitido.

Flora se había quedado un poco asombrada y espero también alagada por unos cuantos minutos. La tonalidad que tomaban sus mejillas me enloquecieron, y hasta ese momento tales impulsos jamás habían sido naturales en mí. Algo muy mal estaba pasando esa noche, y la verdad es que me agradó, y mucho, por más que esto quizás significaría un cambio rotundo en mí. Un cambio para bien, supongo.

Luego de nuestro pequeño lapsus, las rosadas aguas que simbolizaban casi con exactitud el océano en donde ambos nos habíamos sumergido parecían por fin estar calmándose. Fue tanto así, que nuestras calaveras lograron salir a la superficie y contemplar el universo que los rodeaba: ruido en exceso, comida que danzaba alrededor nuestro pero nunca lo suficientemente valiente como para acercarse, cabelleras rubias, rostros finos y hermosos, y uno que otro show a modo de entremés por parte de los estirados de la alta sociedad limeña a solo unas mesas de distancia. Todo este evento era en realidad un circo, un circo muy bien armado y dirigido, donde luego bajo nuestras propias conclusiones, todos los actores —y ganadores— estaban —y había— pagado una generosa suma para montar la carpa.

Una melodiosa voz me rescató de mis íntimos pensamientos y me ayudó a recobrar el sentido de lo que verdaderamente importaba en ese momento: Flora. Ni mi capacidad cerebral o una supuesta memoria fotográfica adherida a mí ser es capaz de reproducir con exactitud todo lo compartido entre ella y yo. Los temas eran variados, y en demasía. En un primer instante estábamos hablando sobre la captura de Rómulo León y en un segundo latido de corazón ya estábamos expresando nuestra posición sobre el polémico encarcelamiento de la conductora Magaly Medina.

La hipnotizante neblina en la que mi torpe cuerpo se encontraba perdido permitía, quizá, que mis comentarios más que chistes le causaran gracia al punto en que las carcajadas escapaban de su garganta. ¿Y si todo el tiempo fui simplemente yo? ¿Había sido capaz el viejo Mateo de renacer de las cenizas que quedaron del oscuro fuego que él mismo había ayudado a producir? ¿Cómo pudo hacerme eso? ¿Cómo pude hacerme eso? Necesito respirar.

— ¿Me das un segundo? Necesito ir un rato al sanitario. Te prometo que vuelvo cuanto antes —retiro lo dicho, no estoy para nada seguro—. Tan sólo espérame.

—No te preocupes, Matt. No pienso irme a ningún lado —demonios, cómo se me antoja probar su chocolate.

Me dirijo hacia el sanitario, tengo que hacer esto lo más creíble posible. Diablos, ¿podrían todos dejar de mirarme? ¿Soy tan horrible, acaso? Genial, mi murmullo no fue escuchado por ninguno de los alucinados que se reían a mis espaldas.

— ¿En qué mierda estás pensando? Cualquiera puede flirtear con chicas, cualquiera excepto tú. ¿Dónde está todo ese rollo del orgullo gay y de que también merecemos a un príncipe azul o al menos a un cobarde enamorado?

Estoy desorbitado frente al espejo del improvisado baño y no dudaría en tirarme un disparo en la sien si tuviera una calibre .45 a mi alcance. Siento otro vómito de protesta haciendo vibrar mis cuerdas vocales y me rindo ante él.

—Lo mismo digo sobre todas esas charlas en la Confirmación. ¿Tú en serio crees que Mateo hubiera seguido yendo si no se sintiera interesado? ¿Si no deseara cambiar el desordenado estilo de vida que tiene y ser verdaderamente feliz?

— ¡Ese fuiste tú! —te atraparon—. Tú fuiste quien lo manejó como un títere a tu desquiciado antojo y lo llevaste hasta allá, sólo para que al final saliera más dolido de lo que ya estaba, para que dudara y se odiara aún más. ¿O no recuerdas aquella vez en la que amenazó a Javier en retirarse si es que no dejaban de atacar a él y a su raza?

— ¡Calla! La homosexualidad no es una raza, y si lo fuese, yo mismo me encargaría de que dejara de serlo. Es impresionante hasta qué punto tu egoísmo puede llegar. Negarle la oportunidad de iniciar una relación con una linda e inteligente chica sólo para satisfacer tu hambre sexual. Eres un enfermo.

— ¿Ahora me dices eso a mí? Veo que tu memoria es igual de limitada que tus argumentos, Mateo el Fénix. Creo que es el momento de recordar cuántos bellos poemas e historias se produjeron en base a su amor a los chicos. ¿O ya te olvidaste de Marco, Mariano o Mauricio? Pueden haber sido sus más dañinos romances en solitario, pero aún así marcaron su vida como no tienes idea. En serio, no tienes idea.

Punto para Mateo el Valiente.

—…

—Y eso que estamos dejando de lado a Javier… Sabes tan bien como yo lo mucho que luchó, lucha y luchará Mateo por contener sus instintos, por no dañar a su mejor amigo, a la persona por la cual su mundo no apesta tanto a putrefacción e infelicidad. Él es tan humano como cualquier otro ser bípedo y que razona. No le niegues el derecho de encontrar a aquel ser que lo complemente y haga que todo este laberinto encuentra su solución. No me importa si es hombre o mujer, sólo quiero que sea feliz, verdaderamente feliz.

—Si es ese tu verdadero deseo y sincera intención, entonces te los concederé. Dejaré de presionar a… Matt —gracias, supongo—, y le permitiré volver a nacer. Mateo el Uno, cortaré las cuerdas que te ataban a mí, confío en que tú solo podrás encontrar la solución. No nos llamamos inteligentes por simple orgullo, en verdad lo somos.

Fue entonces cuando me di cuenta que todo este tiempo había sido yo. Yo había sido el que me había rehusado a querer al sexo opuesto. Yo había sido quien le había negado los besos a Melinda, o quien le había otorgado mi devoción a Manolo. Fui yo y mi esquizofrénico ser los que habíamos ahogado al verdadero Mateo. A los verdaderos Mateos.

Decidí dirigirme una última vez a ese chico en el espejo que me miraba fijamente, recordándome a un ave de rapiña que escucha pacientemente el corazón de su presa hasta que este deja de latir. Contrario a todo lo que desgraciadamente me ha tocado vivir, el brillo que producían sus ojos era hipnotizante y escasamente perturbador. El ave de rapiña reencarnada en mí sólo esperaba que el antiguo yo muriese de una buena vez, y que yo resurgiese, como si las aves fénix cantaran en nuestros oídos.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo II: Oh Dios Mío

Me dirigí hacia la mesa de Maricel. Noté que al menos un par de miradas se posaron en mí y lograron perforar hasta esa parte de mí en la que mi invisible máscara no lograra censurar mi incomodidad y disconformidad por un mundo reinado por la heterosexualidad, los prejuicios y el mal vestir.

—Mujeres, genial.

Maricel giró su cabeza ciento ochenta grados conforme terminaba la oración. Estaba claro que fue mi tono de voz lo que me delató. Joder, yo y mi gran bocota. Al notar mi escasez de palabras —y huevos— decidió seguir con su insignificante y poca profunda charla con su vecina de mesa, sin olvidar voltear a verme y examinar en una fracción de segundo mi cambiante expresión. Me presentó a todas sus amigas en orden de proximidad: Mabel, Magdalena, Mina y Flora. ¿Es que acaso estoy condenado a siempre estar rodeado de sólo mujeres?

Luego de presentarme y hacer gala de un comentario semi gracioso, semi estúpido, me dediqué a analizarlas en detenimiento. Guau, parece que nunca hubieran visto la luz del Sol, las tonalidades de piel de todas no superaban a un marfil diluido, a excepción de Flora, que le hacía gala a su nombre. Su piel evidenciaba largas horas bajo el Sol sin la precaución de usar protector solar (o tal vez una ascendencia para nada europea) y unos pómulos ligeramente rosados.

Posé mis ojos color carmesí sobre los suyos de chocolate. Y fue en ese mismo momento, en la misma fracción de segundo en que Maricel hubiera examinado mi expresión en respuesta a una mesa sin machos cabríos, que me di cuenta que al igual que Javier y Ángel, Flora NO pertenecía a mi mundo de eme. Al mundo que yo mismo desde chico había construido con el poder que me otorgó el Creador, en donde yo era un Sol olvidado y maricón, y todos los demás danzaban en órbita alrededor mío felices de sus vidas, y extrañados de por qué sentían una atracción casi magnética hacia mí.

Todas y todos desaparecieron de mi cabeza, como si mi infelicidad ya no les causara diversión alguna. Partieron cada uno por su lado, a excepción de las parejas, claro, que se perdieron juntas en mi cosmos. No había vuelta atrás, solo podía pensar en ella. Flora, Flora, Flora.

La mismísima Caja de Pandora se abrió en mis entrañas y liberó todo aquello por lo que me había sentido tan miserable durante todo este tiempo, durante toda esta vida. Todos aquellos demonios que echaban sal a las heridas siempre frescas, las memorias de aquellos enamoramientos furtivos e ingratos, inclusive la culpa de mi madre y el rechazo de mi padre.

El caos encajó perfectamente con la armonía en mi corazón, encontró un pretexto para probar que gracias a él, tan destructor y mortífero, la luz encontraba su camino y su paz. Dudé en unos segundos sobre volver o no a la realidad. Las metáforas ridículas y fantasiosas que mi cerebro puede idear siempre han sido mucho más entretenidas que la realidad. ¿Por qué darle un beso a la infelicidad nuevamente cuando tienes a su hermana gemela —bonita y totalmente opuesta— esperándote con los brazos abiertos y la plenitud asegurada?

Lo dudé un segundo, y decidí despertarme del sueño.

viernes, 31 de octubre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo I: Presagios

-¡Vamos, Mateo! Es una fiesta recontra importante, más vale que te apresures.

Miré a Milca por encima de mi ejemplar de Amanecer, en serio me costaba tolerar a quien se atreviera a perturbar ese invisible nexo entre los vampiros y yo, y mi mejor amiga no sería la excepción. Por la expresión en sus ojos y su pronta huida a la peluquería pude deducir que captó el mensaje, dejándome solo para fantasear con Edward, el alma gemela de la protagonista, Bella.

Vaya, si tan sólo fuera igual de sincero fuera de mi pantanosa mente… Quizá esta pesadilla que lleva sucediendo ya casi cuatro años encontraría un final, un final donde los que son como yo (una aberración, un error, un marica) coexistieran con los normales, sin el latente temor de que les saltemos encima y devorásemos como un león a su presa. Como un león torpe y afeminado.

Pero esto nunca pasará, asi que sería mejor que me apresurara, si es que aún tenía intenciones de asistir al evento. Saqué el único terno que tengo fuera del armario y lo combine con la única camisa decente que tengo, lo formal no es lo mío. ¿Es acaso un castigo de Dios que casi nada me quede bien?

Divagué entre mis pensamientos mientras me duchaba y medité sobre lo que podría pasar en la fiesta. Una fiesta donde asistirían chicas y chicos de los mejores colegios de la capital (y del Perú también). Me proyecté automáticamente charlando con alguna desconocida, sentados como los aburridos que éramos sobre temas irrelevantes mientras con mi mirada daba caza a cuan rubio se cruzara frente a mí. Ella me miraría desconcertada y continuaría su infeliz hablar, no habría nadie lo suficientemente homosexual cerca de ella como para escucharla.

Recuperé bruscamente la consciencia cuando me di cuenta que Hayley Williams ya iba por la tercera canción y yo aún seguía con el Pantene sobre los oscuros cabellos. Estuve listo antes de lo previsto, dispuesto a marcar a Milca e interrogarle de por qué la demora. La fiesta no era algo que me entusiasmara, pero no por ello habría de llegar tarde y sentenciar antes de tiempo a la siempre virgen noche, que en aquel día me esperaba con más sorpresas de las que podía imaginar.

Ya en camino me recosté sobre el hombre de Milca, y aquello me dio tiempo suficiente para recordar un sueño que había olvidado. En el sueño estaba yo hablando con la desconocida mientras que los demás bailaban a nuestro alrededor como si quisieran probar algo, algo de lo que ya me había dado cuenta: no era bienvenido ahí, y aún así algo me retenía,me obligaba a quedarme. Era ella, ella me doblegaba y ejercía su capricho sobre mi libertad. La situación era de lamentar, ya que esperaba que fuera un él, en vez de ella.

La estridente música me despertó y por vez primera (lamentablemente también la última) Milca pagó el taxi. Agradecí el gesto, y más tarde me sentiría aliviado cuando me diera cuenta que en medio de mis sueños los cinco soles para el taxi se desvanecieron de mi bolsillo derecho. Genial, ahora mi madre tendría que venir a recojernos.

Cruzamos el umbral con su brazo entrelazado al mío y pude percibir como un par de miradas se posaban sobre mí. Seguramente se debía a mi obvia incomodidad por usar este disfraz tan formalón y ajustado. Esta no iba a ser mi noche.

Buscamos con ansía a nuestros amigos del pasado, los que en su mayoría no eran limeños si no, provenientes de distintas provincias del país (no necesariamente poseedores de inga o de mandiga). Nos enteramos con tristeza que el huarazino no vendría, ni la puneña ni el italiano. Las recientes noticias nos dejaban con dos aliados más: el chileno y la mexicana. Maricel era una chica extremadamente simpática, algo así como lo más cercano a una diosa, pero no despertaba en mí algo más que una admiración pagana. Mike, bueno, el chilenito era otra historia.

Luego de un vespertino encuentro entre él y Milca unos meses atrás, ambos habían quedado perdidamente enamorados, tan enamorados que no le hablé a Milca por una semana por semejante traición.

-¡No lo entiendes! Es que es demasiado, es todo. En serio lo amo.

Mike también me había fascinado. Tremenda sublevación –hormonal o no- contra tamaña amistad había sabido devastar todo rastro de cariño a su paso, o al menos de eso me convencí por siete largos días. Tan pronto como mi corazón notó la ausencia de mi gorda la perdoné y juré apoyar su locura adolescente.

La mirada de su reencuentro no podría haberme causado más náuseas y una tenue envidia, que casi me las creí. Le estreché la mano a Mike en señal de afecto, y los dejé platicar. Mi objetivo ahora era conseguir un lugar donde sentarnos, y la mesa de Maricel parecía ser la indicada. Me advirtió que quizá sus compañeros no aceptarían y yo le rogué que lo intentara.

-Han dicho que sí, vengan cuando estos dos dejen de derramar tanta baba–miré divertido a Milca y Mike, el comentario no les había hecho mucha gracia.

El ambiente se oscureció y una voz familiar nos daba la bienvenida. Bueno, a todos excepto a mí. Miré a mi alrededor y sentí que todo esto terminaría al cabo de unas horas. Dije para mis adentros que quizá no sería tan ingrato el destino: tomaría un par de cocktails y me conseguiría el correo electrónico de algún otro chilenito bien parecido. La vida, o Dios, o el destino, como uno guste, no puede, no pueden ser tan ingratos conmigo. En todo este ritual de premiación debe de haber algo por lo que valga la pena soportar los pésimos chistes de Renzo ComoSeEscribaSuApellido o el falso entusiasmo de MiNombreEsMuyComplicadoDeEscribirYPronunciar alias Sor Bete. ¿Pero qué?

Primera parada para un paréntesis. Jamás he sido un buen anfitrión de las sorpresas, y llamo a lo que en unos momentos está a punto de pasar como una muy, muy grande. Que un solo acontecimiento me haya llevado a pensar tanto (y delirar tanto) no puede pasar por desapercibido y tampoco ser una simple treta de mi intricado cerebro. Algo anda muy mal en este mundo, y estoy a punto de averiguar qué es. Cierra paréntesis.

jueves, 9 de octubre de 2008

Mente Deprimida

Solo para aclarar algo, esto lo escribí estando muy, muy triste. Y aunque muchos —tan sólo uno— vaya a extrañar mis depresivas historias, créanme que el cambio que se ha dado en mí ha sido para bien, no hay nada que temer.





Mi mamá me miró desorbitada al terminar la oración, jamás la decepcioné ni la decepcionaré más. Es el inicio de mi cuenta regresiva a una tumba de algún cementerio bonito. Lo sé porque mi consumido cuerpo se encuentra en uno... Mi nombre se dibuja hermoso con cada gota de lluvia que cae sobre él, y mi asfixia es eterna, muy, muy eterna.

Han pasado unos días, y mi madre es incapaz de superar el shock que causó mi "outting" (salir del clóset en inglés). Sus besos no son cálidos, y mucho menos sinceros. Son, solamente, gestos vacíos de etiqueta, y un mal deseo.

—Hoy tenemos cita con la sicóloga —me susurró mientras trataba de ordenar las ideas de un pobre niño gay de 13 años.
—¿Para qué voy a ir? —contraataqué, herido por semejante golpe bajo.
—Para que te centren —y vaaaya que me centraron, vaya que me ayudaron.

Recuerdo que estando en el taxi, dijeron mi nombre en una radio con nombre de órgano humano. En ella, el falso Franco le dedicaba un "Te quiero amorcito" a su enamorada, vaya ironía. Mi madre rió como quien alberga la esperanza.

lunes, 4 de agosto de 2008

Renacer, al fin

Lo debo hacer, y estoy a unos minutos de embarcarme nuevamente a esta aventura de descubrimiento. Pocas cosas han cambiado en estos últimos 7 meses, pocas cosas son las que he logrado, y aún más pocos son los días en que las mañanas son negras, y las esperanzas marchitas.

Durante todo este tiempo existió la tentación de volver a escribir, o al menos intentarlo, y es por ello que vuelvo a ustedes, o a nadie, o al ser que lea esto. No tengo idea si me leerán, o comentarán, o si jamás hayan extrañado este íntimo espacio, pero lo escribiré con el corazón.

Se me acaban las palabras, o mejor dicho ideas. Renacer es ahora un duro proceso para m¡. ¿Sobreviviré este segundo viaje? ¿O acaso moriré nuevamente a las pocas semanas? Lo dudo, Congruous ha vuelto, y mi alma se regocija con él.

jueves, 24 de enero de 2008

Muerte

Muerte.

Debo Seguir, Sin Ti

Debo seguir, mi amor... no sé porqué esto me duele tanto, me hiere y me desangra... ¡ME ESTOY DESANGRANDO! No viniste, nunca llegaste... me dejaste vigilando a los extraños que rondaban a mi alrededor, a todas las sombras que nublan mi visión, me dejaste vigilándolas sólo para ver si entre ellas, en el más imposible caso, te encontraras TÚ.

La incisión que apenas curó, y que tu presencia sólo, no sé, curar o infectarla más podía... Te juro por las palabras que salen de mi, por las lágrimas, ¡LAS MIL Y UN LÁGRIMAS QUE SALEN DE MI!, por todos los suspiros ahogados... que te amo más a que a mi mismo, más que a mi Dios.

¿Amor? ¿Qué puedo yo saber de Amor? ¿O qué puedo saber de lo que es ser amado? Yo no sé... no sé... No sé siquiera porqué escribo esto, ignoro el propósito de estas palabras, sé que nadie se acuerda más de este laberinto, y creo que lo prefiero así, pues así me permitiré matarme a mi mismo, sólo yo.

Debes estar ahora con esa persona que enciende tu mirar, que despierta esa luz... esa luz que jamás podré yo encender, que por más que trate siempre me ahogaré en el principio, pues mi alma es muy débil, y mis llantos también.

Te Amo, es todo lo que alguna vez debas saber de mi.