viernes, 31 de octubre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo I: Presagios

-¡Vamos, Mateo! Es una fiesta recontra importante, más vale que te apresures.

Miré a Milca por encima de mi ejemplar de Amanecer, en serio me costaba tolerar a quien se atreviera a perturbar ese invisible nexo entre los vampiros y yo, y mi mejor amiga no sería la excepción. Por la expresión en sus ojos y su pronta huida a la peluquería pude deducir que captó el mensaje, dejándome solo para fantasear con Edward, el alma gemela de la protagonista, Bella.

Vaya, si tan sólo fuera igual de sincero fuera de mi pantanosa mente… Quizá esta pesadilla que lleva sucediendo ya casi cuatro años encontraría un final, un final donde los que son como yo (una aberración, un error, un marica) coexistieran con los normales, sin el latente temor de que les saltemos encima y devorásemos como un león a su presa. Como un león torpe y afeminado.

Pero esto nunca pasará, asi que sería mejor que me apresurara, si es que aún tenía intenciones de asistir al evento. Saqué el único terno que tengo fuera del armario y lo combine con la única camisa decente que tengo, lo formal no es lo mío. ¿Es acaso un castigo de Dios que casi nada me quede bien?

Divagué entre mis pensamientos mientras me duchaba y medité sobre lo que podría pasar en la fiesta. Una fiesta donde asistirían chicas y chicos de los mejores colegios de la capital (y del Perú también). Me proyecté automáticamente charlando con alguna desconocida, sentados como los aburridos que éramos sobre temas irrelevantes mientras con mi mirada daba caza a cuan rubio se cruzara frente a mí. Ella me miraría desconcertada y continuaría su infeliz hablar, no habría nadie lo suficientemente homosexual cerca de ella como para escucharla.

Recuperé bruscamente la consciencia cuando me di cuenta que Hayley Williams ya iba por la tercera canción y yo aún seguía con el Pantene sobre los oscuros cabellos. Estuve listo antes de lo previsto, dispuesto a marcar a Milca e interrogarle de por qué la demora. La fiesta no era algo que me entusiasmara, pero no por ello habría de llegar tarde y sentenciar antes de tiempo a la siempre virgen noche, que en aquel día me esperaba con más sorpresas de las que podía imaginar.

Ya en camino me recosté sobre el hombre de Milca, y aquello me dio tiempo suficiente para recordar un sueño que había olvidado. En el sueño estaba yo hablando con la desconocida mientras que los demás bailaban a nuestro alrededor como si quisieran probar algo, algo de lo que ya me había dado cuenta: no era bienvenido ahí, y aún así algo me retenía,me obligaba a quedarme. Era ella, ella me doblegaba y ejercía su capricho sobre mi libertad. La situación era de lamentar, ya que esperaba que fuera un él, en vez de ella.

La estridente música me despertó y por vez primera (lamentablemente también la última) Milca pagó el taxi. Agradecí el gesto, y más tarde me sentiría aliviado cuando me diera cuenta que en medio de mis sueños los cinco soles para el taxi se desvanecieron de mi bolsillo derecho. Genial, ahora mi madre tendría que venir a recojernos.

Cruzamos el umbral con su brazo entrelazado al mío y pude percibir como un par de miradas se posaban sobre mí. Seguramente se debía a mi obvia incomodidad por usar este disfraz tan formalón y ajustado. Esta no iba a ser mi noche.

Buscamos con ansía a nuestros amigos del pasado, los que en su mayoría no eran limeños si no, provenientes de distintas provincias del país (no necesariamente poseedores de inga o de mandiga). Nos enteramos con tristeza que el huarazino no vendría, ni la puneña ni el italiano. Las recientes noticias nos dejaban con dos aliados más: el chileno y la mexicana. Maricel era una chica extremadamente simpática, algo así como lo más cercano a una diosa, pero no despertaba en mí algo más que una admiración pagana. Mike, bueno, el chilenito era otra historia.

Luego de un vespertino encuentro entre él y Milca unos meses atrás, ambos habían quedado perdidamente enamorados, tan enamorados que no le hablé a Milca por una semana por semejante traición.

-¡No lo entiendes! Es que es demasiado, es todo. En serio lo amo.

Mike también me había fascinado. Tremenda sublevación –hormonal o no- contra tamaña amistad había sabido devastar todo rastro de cariño a su paso, o al menos de eso me convencí por siete largos días. Tan pronto como mi corazón notó la ausencia de mi gorda la perdoné y juré apoyar su locura adolescente.

La mirada de su reencuentro no podría haberme causado más náuseas y una tenue envidia, que casi me las creí. Le estreché la mano a Mike en señal de afecto, y los dejé platicar. Mi objetivo ahora era conseguir un lugar donde sentarnos, y la mesa de Maricel parecía ser la indicada. Me advirtió que quizá sus compañeros no aceptarían y yo le rogué que lo intentara.

-Han dicho que sí, vengan cuando estos dos dejen de derramar tanta baba–miré divertido a Milca y Mike, el comentario no les había hecho mucha gracia.

El ambiente se oscureció y una voz familiar nos daba la bienvenida. Bueno, a todos excepto a mí. Miré a mi alrededor y sentí que todo esto terminaría al cabo de unas horas. Dije para mis adentros que quizá no sería tan ingrato el destino: tomaría un par de cocktails y me conseguiría el correo electrónico de algún otro chilenito bien parecido. La vida, o Dios, o el destino, como uno guste, no puede, no pueden ser tan ingratos conmigo. En todo este ritual de premiación debe de haber algo por lo que valga la pena soportar los pésimos chistes de Renzo ComoSeEscribaSuApellido o el falso entusiasmo de MiNombreEsMuyComplicadoDeEscribirYPronunciar alias Sor Bete. ¿Pero qué?

Primera parada para un paréntesis. Jamás he sido un buen anfitrión de las sorpresas, y llamo a lo que en unos momentos está a punto de pasar como una muy, muy grande. Que un solo acontecimiento me haya llevado a pensar tanto (y delirar tanto) no puede pasar por desapercibido y tampoco ser una simple treta de mi intricado cerebro. Algo anda muy mal en este mundo, y estoy a punto de averiguar qué es. Cierra paréntesis.

jueves, 9 de octubre de 2008

Mente Deprimida

Solo para aclarar algo, esto lo escribí estando muy, muy triste. Y aunque muchos —tan sólo uno— vaya a extrañar mis depresivas historias, créanme que el cambio que se ha dado en mí ha sido para bien, no hay nada que temer.





Mi mamá me miró desorbitada al terminar la oración, jamás la decepcioné ni la decepcionaré más. Es el inicio de mi cuenta regresiva a una tumba de algún cementerio bonito. Lo sé porque mi consumido cuerpo se encuentra en uno... Mi nombre se dibuja hermoso con cada gota de lluvia que cae sobre él, y mi asfixia es eterna, muy, muy eterna.

Han pasado unos días, y mi madre es incapaz de superar el shock que causó mi "outting" (salir del clóset en inglés). Sus besos no son cálidos, y mucho menos sinceros. Son, solamente, gestos vacíos de etiqueta, y un mal deseo.

—Hoy tenemos cita con la sicóloga —me susurró mientras trataba de ordenar las ideas de un pobre niño gay de 13 años.
—¿Para qué voy a ir? —contraataqué, herido por semejante golpe bajo.
—Para que te centren —y vaaaya que me centraron, vaya que me ayudaron.

Recuerdo que estando en el taxi, dijeron mi nombre en una radio con nombre de órgano humano. En ella, el falso Franco le dedicaba un "Te quiero amorcito" a su enamorada, vaya ironía. Mi madre rió como quien alberga la esperanza.