lunes, 1 de diciembre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo II: Oh Dios Mío

Me dirigí hacia la mesa de Maricel. Noté que al menos un par de miradas se posaron en mí y lograron perforar hasta esa parte de mí en la que mi invisible máscara no lograra censurar mi incomodidad y disconformidad por un mundo reinado por la heterosexualidad, los prejuicios y el mal vestir.

—Mujeres, genial.

Maricel giró su cabeza ciento ochenta grados conforme terminaba la oración. Estaba claro que fue mi tono de voz lo que me delató. Joder, yo y mi gran bocota. Al notar mi escasez de palabras —y huevos— decidió seguir con su insignificante y poca profunda charla con su vecina de mesa, sin olvidar voltear a verme y examinar en una fracción de segundo mi cambiante expresión. Me presentó a todas sus amigas en orden de proximidad: Mabel, Magdalena, Mina y Flora. ¿Es que acaso estoy condenado a siempre estar rodeado de sólo mujeres?

Luego de presentarme y hacer gala de un comentario semi gracioso, semi estúpido, me dediqué a analizarlas en detenimiento. Guau, parece que nunca hubieran visto la luz del Sol, las tonalidades de piel de todas no superaban a un marfil diluido, a excepción de Flora, que le hacía gala a su nombre. Su piel evidenciaba largas horas bajo el Sol sin la precaución de usar protector solar (o tal vez una ascendencia para nada europea) y unos pómulos ligeramente rosados.

Posé mis ojos color carmesí sobre los suyos de chocolate. Y fue en ese mismo momento, en la misma fracción de segundo en que Maricel hubiera examinado mi expresión en respuesta a una mesa sin machos cabríos, que me di cuenta que al igual que Javier y Ángel, Flora NO pertenecía a mi mundo de eme. Al mundo que yo mismo desde chico había construido con el poder que me otorgó el Creador, en donde yo era un Sol olvidado y maricón, y todos los demás danzaban en órbita alrededor mío felices de sus vidas, y extrañados de por qué sentían una atracción casi magnética hacia mí.

Todas y todos desaparecieron de mi cabeza, como si mi infelicidad ya no les causara diversión alguna. Partieron cada uno por su lado, a excepción de las parejas, claro, que se perdieron juntas en mi cosmos. No había vuelta atrás, solo podía pensar en ella. Flora, Flora, Flora.

La mismísima Caja de Pandora se abrió en mis entrañas y liberó todo aquello por lo que me había sentido tan miserable durante todo este tiempo, durante toda esta vida. Todos aquellos demonios que echaban sal a las heridas siempre frescas, las memorias de aquellos enamoramientos furtivos e ingratos, inclusive la culpa de mi madre y el rechazo de mi padre.

El caos encajó perfectamente con la armonía en mi corazón, encontró un pretexto para probar que gracias a él, tan destructor y mortífero, la luz encontraba su camino y su paz. Dudé en unos segundos sobre volver o no a la realidad. Las metáforas ridículas y fantasiosas que mi cerebro puede idear siempre han sido mucho más entretenidas que la realidad. ¿Por qué darle un beso a la infelicidad nuevamente cuando tienes a su hermana gemela —bonita y totalmente opuesta— esperándote con los brazos abiertos y la plenitud asegurada?

Lo dudé un segundo, y decidí despertarme del sueño.

3 comentarios:

Damian dijo...

son novelas o cosas q te pasan y las narras, uhm????
y flora que se supone q le gusto, pero si se veia bastante gay, comentando (con salvaje veracidad)
a las chicas no entendi vlvere a leerlo una vez mas

[ [EBP]] dijo...

Está chévere tu novela tío, las historias de amor complicadas, incomprendidas, enrevesadas, locas, diferentes .. , me vacilan, y la tuya hasta el momento está que encaja.
Punto aparte, me gusta tu forma de escribir, se nota que lo haces sintiendolo realmente...
Te sigo leyendo..

Franco dijo...

Uy, damian, acertaste. Creo que ya te lo explique en tu blog... en algún lado.

Y EBP, gracias por tu apreciación. Te agregué al msn, cabró.