miércoles, 4 de marzo de 2009

Derrama las última lágrimas, amor secreto, sella las últimas mentiras veraderas y déjame cobijarte y espantar a tus demonios. Acércate un poco más, tan solo una respiración, y fabrica en mí la felicidad que falta... Hazla rebozar. ¿Será este nuestro adios? ¿Será acaso que el enemigo lograra atravesar tu corazón y huir por las noches con él? Está claro que ya imaginaste un mundo con él, y yo no soy parte de ello.

Pero, oh mi amor, yo sí imaginé un mundo contigo, un mundo donde caminábamos de la mano por toda Europa, tú ya sabes especialmente dónde. Un mundo donde yo era tu superhéroe y poderes no me faltaban. Un mundo donde no sufrías más, donde yo te hacía feliz y tú me hacias aún más. Un mundo donde no importaba que ambos fueramos tan problemáticos, miedosos, aterrados... Un mundo donde no tenía miedo de mirarte a los ojos y decirte que te amo, que te necesito, que lo eres todo para mí, que la luna no ilumina más mis noches pues tu solo recuerdo ya es luz infinita, que los atardeceres de los jueves se hacen eternos si no estás recostado en mi hombro, pidiéndome tan solo cinco minutos más... Un mundo donde tú caes y yo siempre estoy al final de tu abismo, esperándote, pacientemente, eternamente. Después de todo, es amor lo que siento.

"¿Y tú qué sabes del amor?", gran pregunta, porque no sé absolutamente NADA. No sé lo que es dar el beso de deveritas, el sincero, el que nunca llega; no sé que se siente que te digan te amo cada cinco segundos; no sé lo que es ver una película abrazados, besándose incotrolablemente; ni sé lo que se siente saber que alguien piensa en ti, que inundas su pensamiento en cada suspiro que le queda y en cada canción que entre las dos almas se han dedicado; no sé lo que es ver el atardecer juntos y prometer estar juntos una vida entera..., no sé lo que es ser amado ni tampoco creo que alguna vez lo sepa.

Ja. Ni creas que estos serán las últimas líneas que te escribiré, mi amor fortuito, ni la última vez que te soñaré en mis pesadillas, ni la última vez que te besaré en mi secreto. Esto seguirá hasta que la distancia que en unas horas nos separará me termine matando, me termine deseando jamás haberte conocido, jamás haberme enamorado, jamás haberte echo caer y jamás haberte oído hablar. ¿Cuánto falta? Ya te lo dije, 18 meses, 12960 horas, todo el tiempo que me queda aquí. Te amo, por favor, nunca lo olvides..., aunque te duela.

martes, 17 de febrero de 2009

¿Perdí?

Déjame quererte, protejerte. Déjame decirte lo lindo que estuviste hoy, o como mi corazón palpitó 2.5 segundos más rapido cuando te vi llegar. Déjame tocarte la mano y emprender vuelo, fuera de acá, de nuestra miserable realidad. Déjame llevarte a un paraíso, un lugar, un universo completamente exclusivo para nosotros dos. Déjame construirlo, matarme en el intento si lo deseas, solo quiero verte sonreir, y brillar, como siempre. Déjame ser adicto al dolor que me provocas, déjame ignorarte cuando hables de otro. Déjame presentarte a todos como mi amor platónico, mi vacilación. Déjame cantarte y petrificarme frente a tu eterna divinidad. Déjame bailar contigo y que sientas mi cariño, frente a frente, meciéndonos al ritmo de las melodías de amor. Déjame revivir y sonreir, sin miedo a que te asustes. Déjame recitarte poesías al oído y mirarte con detenimiento. Déjame tener tu corazón en mis manos y darle calor. Déjame oirte decir "te quiero", para luego secar tus lágrimas y abrazarte porque sé que es doloroso mentir tanto. Déjame darte mi ser entero y que te quedes con él, no me importa, no es mucho de todas formas. Déjame regalarte un beso, una caricia. Déjame verte más a menudo, ¿que tal mañana? Déjame olvidar el drama de hoy y empezar de nuevo, como si aun fuera jueves por la tarde y mi corazón latiese fuera de ritmo, MUY fuera de ritmo.

Bestia Divina

Bestia divina, que inclusive al Sol eclipsas, ¿aceptas este corazón? Solo late un poco más, por si lo aceptas. Bestia divina, ¿oyes mis pensamientos? ¿Te sonrojas al recordarme? ¿O sólo te entristeces en tu divinidad, por qué sabes que tarde o temprano me romperás el corazón?

¿O te entristeces porque sabes que tarde o temprano, tal vez, te enamorarás tanto de mí que te dolerá? ¿Que te dolerá perderme? Imposible, las divinidades siempre tienen a un gentío tras de ellos, tienen inclusive a ángeles vigilándolos, listos para atraparte y alejarte de nuestras memorias.

¡¿MEMORIAS?! Lo olvidaba, no tenemos memorias, ni ideas, ni palabras dichas. No tenemos nada, porque no existes. Eres solo un tormentoso ángel que me visitó en sueños. Es hora de que te vayas, que nos vayamos. Digamos adiós una vez más, para siempre.

...

Lo siento, no puedo, si estoy sin ti me perderé una vez más. Déjame quererte en mi intimidad y en mis letras. Tu déjate quererte por aquel que logre robarte el corazón. Yo ya perdí.

Será Así Entonces

Nunca sabría que el amor tuviese un sabor tan amargo, tan dañino, asqueroso. ¿O será así porque aunque sabes que mi corazón te pertenece, juegas con él y lo llevas arrastrando cuando bailas junto a él? Pegado a él, en su cama junto a él, besándolo solo a el...

Las frases bonitas me han abandonado, me han agotado..., tú brillas más que todos y aún así oscureces mi vida más que cualquiera. Me matas con tan solo pensarlo. GENIAL. Ahora debo lidiar con el hecho de que él te conquistará, y te querrá, y me ganará. Me ganará porque sé que tu corazón no puede ser mío, ¿o sí? ¿Hay esperanza? NO.

Mateo tiene razón, nunca me querrás, solo eran alucinaciones mías. Jamás me quisiste, ni me querrás. TE ODIO, TE ODIO, TE ODIO. Te odio por ser tan perfecto, indicado. Te odio porque no me amas y tu corazón no late por mí ni por él. Late por un fantasma de tu pasado, por uno de esos grandes amores que solo son para olvidar, aunque sé que lo que digo, como todo, es también una mentira.

Si me amas, te juro que te daré un corazón y medio. Inclusive dos, porque yo solo me muero por ti. POR TI, POR TI, POR TI.

Quítame Todo El Amor

Dime, por favor, cómo detener este suicida corazón, que solo se muere por ti..., que solo late por ti. ¿Por qué dañarme tanto si sé que tu corazón y tu ser le pertenecen a otro? ¿Entregarte a él? ¿Buscar tu felicidad? ¿Qué hay de mí?

¿Qué hay de este triste humano que solo se muere por ti? Por favor dime que aún me quieres, aunque sea un poco, un poco más. Me ofreciste tu mano y yo te ofrecí mi mundo entero, todo lo que soy y lo que seré.

Olvidaste, tal vez, la promesa en el lugar donde jamás fuimos niños, donde sellaste la posibilidad de que te enamoraras de mí..., de que este corazón volviese a vibrar, a latir. Morí hace mucho, mucho, descarté de mis más dañinos sueños la posibilidad de que alguien como tú llegaría..., pero así como llegaste, también debes irte, ¿no?

Y lo peor de todo es que no te vas, que sigues aquí, con mi corazón expuesto y desangrándose, muriéndose. Si tan solo pudiese repetir las palabras que te dije antes..., si tan solo pudiese quererte como antes... Pero se que no podré, no podré porque hay otro, alguien más que te quiere y es muy posible que inclusive más que yo, más que esta aburrida alma.

Dramático, lo sé, pero es lo que siento por ti. Te has llevado hasta mi último aliento y mi última idea. ¿Por qué entonces no me quitas todo el amor? Todo, absolutamente todo. Quítame todo y luego elimíname. Necesito saber lo que es ser querido al menos un poco, y luego morir. Al menos moriré feliz, sabiendo de que tú, aunque sea un poco, también me amaste.

Quítame todo el amor para que mi mente no fabrique ilusiones tan rápidamente, para que mi alma no se desespere en busca del tan codiciado amor... Por favor, quítamelo todo, clávame con tu indiferencia y todo el odio, lástimame y úsame, ya estoy harto de tantas pretenciones. Mátame, mátenme, los dos, juntos, abrazados y mirándome caer. Mátenme, y no me cuentes que todo te fue genial, que te divertiste, porque yo, ese día, lloraba sin poder llorar. No podía, me has quitado hasta la última lágrima.

Te odio, te amo, te odio y te vuelvo a amar.

domingo, 25 de enero de 2009

Novela aún sin titulo. Capítulo VI: ¿Te apetecen mis ojos, mi corazón, mi alma? ¡Tómalo Todo! ¡Sin Ti No Soy Nada!

—¡Te juro que no sé qué tienes en la cabeza! —Por favor Milca, relájate. Cómo deseo que pudieses leer mis pensamientos y saber cuán arrepentido estoy—. ¡Dejar pasar a una chica así! No tienes ni idea de cuántos hombres deben estar detrás de ella y justo se fija en el primer homosexual lindo y pseudonormal que se le cruza en su camino. ¡No sé en qué estabas pensando!

Las palabras de Milca me hieren, ya que vienen de una de las personas en las que más confío, aparte de Javier y el ahora extraviado Ángel, claro. Creo que jamás he cometido mayor estupidez que la de hoy día… Eso sin contar cuando le conté a Manolo, por medio de una carta comprada a una de esas asociaciones que ayudan a los pobres, lo que sentía por él. Recuerdo que le transcribí el poema que tanto le gustó pensando que era para una chica. Aún recuerdo ese día, fue en la penúltima semana del año en que morí. Aún recuerdo sus palabras por el teléfono:

—¿En qué piensas, ah? ¿Acaso no te quieren en tu casa o qué? Me quedo con el corazón partido en miles de micro pedazos con una mano sosteniendo apenas el auricular y con otra buscando la calibre .45 más cercana.

—Lo siento, lo siento. No era mi intención. Destruye la carta, quémala, no sé. Fue un error.

—¿Y qué crees que estoy haciendo ahorita? Adiós. Se corta la conversación, y para mis adentros le digo “Adiós para siempre” a una de las más grandes —y pequeñas— personas que puedan haber pisado esta Tierra. A veces me acuerdo de él, como ahora, y desearía poder besarlo… No, eso no. A él lo respeto como a todos mis demás amigos (chicos) cercanos que son heterosexuales y en mayor o menor manera, como Javier y el ahora extraviado Ángel, hacen que mi mundo no apeste a tanta putrefacción e infelicidad.

—¡Mateo! ¿Estás escuchando? —negué con la cabeza que ahora pesa igual que mis pecados— DEBES, bueno, debemos regresar al hotel y estando allá le explicaras a Flora todo este rollo. No es justo ni para ti ni para ella que se separen porque cediste un segundo ante aquel bombón —sabía que ella tampoco había podido evitarlo, he ahí la razón del breve beso de Mike— y ella, sin haberte preguntado tus razones, no debió haber huido como el ciervo del puma.

—¡Es que no lo entiendes! —para este momento estábamos los dos petrificados ante el inminente sol y una fila de autos infinita como el Dios mismo a lo largo de la fabulosa Av. Javier Prado. Fue en ese momento en que no aguanté más, y las lágrimas, como siempre, no me traicionaron. Mi expresión se mantenía indiferente, pero con el dolor grabado a cincel en los ojos—. ¿Es acaso mi culpa que todos, absolutamente todos, crean que sería mil veces mejor si no fuera gay y me dejara de estupideces? ¿No entienden lo difícil que es luchar contra tus impulsos, que a lo largo del tiempo se transforman en instintos, casi, casi naturales?

—No hables tonte…

—¡NO! ¡Tú no hables tonterías! Ya me cansé de tus espectáculos y lamentos. Niña engreída idiota, deja de decirme qué hacer. Por tu culpa ligué con Flora, fuiste tú la que insistió en que le dijera para continuar a nuestra relación a pesar de la distancia. Por ti estoy aquí, parado como un idiota, esperando a que las personas dejen de mirarnos y se dediquen un poco más a sus insignificantes asuntos —esto última lo dije en voz alta, y una pareja de ancianitas volteó con una arrogancia superflua y me arrastraron al infierno con los ojos, malditas viejas telequinéticas—. ¡Jamás digas que me entiendes! ¡Tú jamás serás como yo! Nunca tendrás que pasar cuestionándote 14 años de tu vida si lo que sientes hacia los de tu imagen y semejanza es algo tan grave que nadie lo dice, o algo por lo cual no pasa nada. ¡Dime si alguna vez lo has sentido! —Herida, concordó conmigo y pude notar como mis palabras habían servido de cincel para grabarle el dolor.

El espacio se vio paralizado, infinito. ¿Había llamado idiota a Milca? Dios mío (una vez más), ¿qué he hecho? Me pregunto si es posible romper un récord mundial de estupideces hechas en un día en el menor tiempo posible. Lista de cosas que debo hacer antes de romper algún otro lazo amor: a) Disculparme con la persona más próxima, que vendría a ser Milca si es que aún sigue a mi costado ya que lastimosamente he perdido mis sentidos; b) correr hacia Flora y arrodillarme por su perdón, a mi me han roto el corazón, los riñones, todo antes de conocerla, y sé lo que es sufrir; c) pedirle perdón a aquellos que alguna vez, por obligación, morbosidad o curiosidad, lean estas hojas de diario insano y poco veraz. Ah, sí, una última cosa que agregar a la lista: despertar. Debo despertar.

Respiro. Es el olor de Milca, el perfume que siempre ha usado y siempre usará…, no puedo creer que después de todo lo que le dije aún se mantenga a mi costado, esperando a que me caiga en cualquier momento para levantarme y luego, seguramente, abofetearme. Saboreo el veneno que emanan mis imaginarios colmillos y me estremezco, comienzo a temblar…, demonios, ¡qué difícil es recobrar los sentidos luego de un momento de completa insensibilidad!

-¿Mateo? ¿Estás bien?

Escucho nuestros latidos de corazones aún por parchar ir en aumento y recuperando su ritmo cotidiano, creo que también puedo oír la sangre escurriéndose entre las carnosas paredes del vital músculo. Siento ahora la brisa atravesar mis dedos, está cargada de los sinsentidos que dije hace unos minutos… ¿O acaso fueron horas?

—Mateo, ya estuvo bueno, ¿quisieras despertar y abandonar esa mirada perdida?

La luz entra de golpe y por poco mi cerebro no procesa el estímulo. Mis dos iris recuperan su simplona luz y por alguna extraña razón veo todo mil veces más claro. Tomo a Milca de la muñeca, y lucho un poco contra su masculina fuerza…, y, mientras corremos tras mi más reciente amor le digo:

—Lo siento “gorda”, pero me agarraste en un mal momento —apenas se entienden mis palabras por la ajena velocidad a la que estamos corriendo—. ¿Amigos de nuevo? —no la dejo responder, tenemos que irnos… Y rápido.

Llegamos en menos tiempo del que se tomó el taxi en llegar al bendito cruce. Pagué sin reparar en el vuelto y por un segundo pensé que volaba, libre como una mariposa —algo más masculino, ¿por favor?—. En la recepción pregunté por Flora y al notar que no obteníamos respuesta, decidí preguntar por Mike. El hombre que conducía la operación de llamarlos me pasó el auricular seguramente extrañado por mi desesperación y claro arrepentimiento.

— ¡Vaya! Pues miren quien se dignó a por fin venir —era Mike, creo que lo odiaré un poco más que ayer—. Ahora bajamos, tienes que hablar muy seriamente con Flora —pude oír, tras sus palabras, las lágrimas que despide un corazón roto, su corazón.

Vi, mientras bajaba, la imagen que quizá algunas chicas de mi pasado hubieran tenido si les hubiera seguido el juego…, el juego y el romance. Chicas tan maravillosas y sacadas directamente del seno de la Virgen María como Miki, una belleza de niña (he ahí una de las razones por la cual no tengo con ella más que una bellísima amistad) de 12 años, carne argentina original que incluyen unos hipnotizantes ojos hechos de purísima miel oscura…, una diosa en miniatura, realmente.

Miki… Tu hermosura merece más que un párrafo o una diminuta mención en mis hojas de diario. Tu presencia en mi vida ha sido decisiva para que continúe escribir, tú eras la que siempre me insistía en escribir (y especialmente si se trataba de ti, payasito de trapo) y leías mis historias por más ridículas o vacías que fueran. Lamento no poder quererte en la forma que tu quisieras que te quiera, pero estate segura que siempre estarás aquí, sumergida en mi corazón.

—¿Qué quieres? —El tono que utilizó Flora me pareció demasiado ajeno a lo que conocía de ella… ¿qué hice? ¿Tanta influencia tengo sobre una persona como para destruirla así?— Rápido, que no tengo todo el día, hoy mismo regresamos al Sur.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? Flora, no… No te vayas, por favor. En una semana habremos olvidado este incidente, por favor, no me hagas esto —y sentí como el perfecto vitral que se había formado ayer, se desmoronaba hasta quedar hecho partículas de color. Colores miserables y faltos de un sentido en la vida, maldito yo.

—Veamos si así aprendes a valorar lo bueno —dudó y lloró… Maldición, ¿tanto se moría por mí? ¿Tanto?— Me largo con Mike, no tenemos nada más que hacer aquí.

Y un estruendoso grito, como de gatos siendo sacrificados perturbó nuestros oídos. Era Milca, que entre un “¿Qué?” y un “¡Es injusto, te odio Mateo!”, Mike corría a socorrerla y le explicaba que no podía dejar a Flora irse sola, que los buses interprovinciales son peligrosos en exceso y que la llamaría cada cinco minutos si fuera necesario. Milca renegó y luego exclamó:

—Mateo, esto lo arreglas ahora. Pobre de ti que no hagan las paces, vámonos Mike —cogió a Mike de su brazo y se fueron al restaurante más cercano, uno lleno de practicantes sino me equivoco.

—Flora, tenemos que hablar —tendí mi mano hacia ella en espera que la tomara y voláramos juntos hacia ningún lugar. Solo los dos.

—No tengo nada que hablar con un gay como tú. Nada. Ahora déjame en paz, que debo alistar mis maletas —sus palabras, por alguna razón no causaron mayor conmoción en mí. Revisa tu pulso. Pulso normal… ¡A callar vocecita extraña y ermitaña! Este es mi problema, no el tuyo. Okay.

—Sí, sí tienes algo que hablar —observé su expresión, se mantuvo inmóvil—. Mira, esto no es menos difícil para mí de lo que ya es para ti, ¿me entiendes? Si a alguien es a quien debemos culpar por todo esto es a ti —me miró extrañada, lista para asestarme un golpe—. Si nunca te hubiera encontrado, nada en mi cabeza se hubiera movido de lugar y nada de esto estaría pasando. ¿Acaso no entiendes la magnitud que tus palabras tuvieron en mí? ¿Todos los “te quiero” y “jamás te olvidaré” que nunca reproduciré por lo cursi que son (aunque debo admitir que me enloquecieron) fueron una mentira? Lo dudo bastante Flora. No tienes de idea de cuán difícil es para mí abrir los ojos, renacer tan violentamente. Entiéndeme, te lo pido.

Estupefacta, conmovida, me miró y su mirada lo englobaba todo: odio, rencor, amor, decepción, más amor, arrepentimiento, ira, más amor…, mucho más amor. Esto no es real… ¡No lo es!

—Pudimos haber sido muy felices, te lo aseguro. Pudimos haber crecido juntos, a la distancia, no importa. Yo habría volado a Lima tan pronto como terminara el colegio y podríamos haber estudiado juntos…, en la Católica, donde quisieras. Podríamos haber sido felices, los dos. Casarnos, tener nuestra pareja de hijos y envejecer juntos, sabiendo que nunca podríamos haber encontrado a alguien más indicado y perfecto para nosotros. Encajábamos perfectamente, fuimos creados el uno para el otro… Pero no —su expresión sólo reflejaba dolor, un profundo dolor—, tú tuviste que cagarla, y cagarme a mí de pasada, de por vida. Te odio Mateo y eso jamás lo olvides. Te odio, te odio —dicho esto, el mundo se congeló…, las aves dejaron de cantar al Sol agradeciéndole la vida y su luz, las flores no produjeron más color, el arcoíris se incendió en un intento por subsistir, las estrellas cayeron sobre mí y Flora, todo cayó sobre ella y yo. Todo.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Novela aún sin titulo. Capítulo V: Maldita Sea (esto se acerca a su fin)

No hubieron mayores intercambios de palabras para dejar en claro algunas cosas: Primero, mi repentina obsesión y enfermizo amor hacia Flora aún carecían de una explicación. Una buena explicación. Es decir, una persona que se ha considerado homosexual —y bisexual en algunos escasos momentos de su vida— desde que tiene uso de razón no puede enamorarse así por una fémina que acaba de conocer hace unas decenas de minutos, trece decenas para ser exactos. No puede ser, es terriblemente inexplicable. Terriblemente terrible.

Segundo, Flora está demente. ¿Gustarle alguien como yo? ¿Qué diablos tiene en su cabeza ese encanto de chica? Con su metro sesenta y cinco, sulfurosos ojos color chocolate, delicados labios y esa melódica voz que tanto me hechiza, ¿no pudo haberse conseguido un mejor partido? No es por menospreciarme, ni mucho menos causar empatía en los que me rodean, pero estoy seguro que hay alguien más, mucho más indicado para ella. Simplemente sé que ese alguien no soy yo. Definitivamente.

Y tercero, todo este rollo del ser o no ser, de sufrir o no sufrir, me está llevando al borde del colapso, de la felicidad. Hay algo en esta extraña situación que me inspira una desconfianza gigantesca del tamaño de mis sueños rotos. Es decir, faltan pocos días para que confirme mi fe ante Dios y toda su inmaculadísima Iglesia y aún así la duda, la mortal duda de que si durante toda mi vida he vivido engañado y de que si ser gay es realmente tan horripilante como dicen está que me da caza. No permitirá que viva en paz hasta que el mismísimo Dios baje desde su reino y me lo revele, me revele aquello que no es más que la verdad absoluta e irrefutable. Si tan sólo Jesús volviese a la Tierra para resolver todas aquellas interrogantes que perturban la paz del mundo actual, si tan sólo…

—¿En qué piensas? —¿Cómo llegaron mis brazos a rodear a Flora, y qué hora es?

—¿Eh…?

—Te pregunté en qué pensabas —por alguna extraña razón está impaciente por una respuesta, ¿qué le digo? Dudo que la verdad le vaya a hacer mucha gracia… —Anda, dime. Debes aprender en confiar en mí, total, soy tu enamorada, ¿no?

Oh, Dios mío, ¿qué? Esto sobrepasa los límites. ¿Enamorada? Examiné su mirada… El chocolate estaba hirviendo bajo sus tostados párpados, lo cual intimidó a mis afeminados globos oculares que de inmediato adoptaron una posición defensiva y oscura. Si los ojos son, supuestamente, el espejo del alma… ¿Podrían haber todos visto lo putrefacta y débil que era la mía? Sentí cómo al desviar mi mirada de la suya hacia el horizonte el chocolate automáticamente se solidificó, secó y partió en dos. Pobre, pobre Flora. Pobre.

—No pensaba en nada, en serio. Bueno, pensé en algo importante y eso eras tú. Me parece increíble en cuántos lugares erróneos te he buscado todo este tiempo y en el lugar menos esperado apareces. ¿Es que acaso Dios no es grande?

—Supongo que sí, considerando que soy una atea socialista… —reímos al unísono, sin importarnos la falta de comicidad de su frase o lo idiota que nos veríamos juntos riéndonos de tonterías. Milca al reparar en nuestra actitud me dedicó una mirada digna de “que gay que eres” y junto con Mike evaluaron las posibilidades de realizar una cita doble (¡e incluso un matrimonio doble!) a la luz de la luna en algún restaurante decente en las cercanías del hotel donde se hospedaban las delegaciones de sus respectivos colegios (considerados como parte de una sola cadena educativa).

—Sí, Milca. Imagina a tu viejo bigotón entregándote a Mike bajo la promesa del amor eterno y toda la cursilada digna de un matrimonio entre dos babosos —esperé un segundo y el silencio era ahora sepulcral. Curioso, a Mike no le hizo gracia mi comentario y mucho menos a nuestras parejas. ¿Por qué seré tan imprudente?

—En fin —dijo finalmente Mike—, creo que deberíamos aprovechar el día libre que se tomaron del colegio para pasear por los alrededores. De dónde venimos, no hay absolutamente nada que hacer, la vida es demasiado monótona y predecible.

—Es una lástima que tengan que irse en dos semanas —dije, conmocionado por haberme dado cuenta recién del poco y largo tiempo que me quedaba para estar junto a mi… enamorada—, pero creo que el tiempo será suficiente para darles un CityTour alrededor de los principales atractivos de Lima.

—¡Vámonos de una vez que me tostaré aún más! —me reí, ¿es menester ser tan graciosa todo el tiempo?— ¡Mateo, eres un racista! Todos reímos una vez más, en especial Milca con sus escandalosas risotadas.

Tomamos un taxi hacia el KFC entre las avenidas Los Frutales y Javier Prado Este y supe que se avecinaba lo peor: comer. Sí, comer. Comer en sí no es algo por lo qué lamentarse, al menos no en mi caso ya que por alguna extraña razón mi cuerpo siempre mantiene un peso fijo. Lo que me preocupa cada vez que salimos con extraños es la manera en la que como. Mis amigos con los que tengo más confianza me repiten que soy un marrano comiendo y que es fácil identificar cuál había sido mi merienda antes de vernos. Perfecto, ahora Flora vería lo cerdo que soy.

Eso no te conviene… —¿de dónde vino eso?— De tu subconsciente, cerdito. Ahora, escúchame bien, debes persuadirlos para que vayan al Starbucks que está cruzando la Av. Javier Prado, ¿o es que quieres que Flora descubra lo poco maravilloso que eres? —No, no quiero eso. Starbucks, entendido.

Sorprendidos, vieron como al bajar del taxi me dirigí en dirección opuesta al emporio del pollo frito y los triglicéridos hacia el único lugar donde no necesariamente teníamos que comer y donde lo que sirven es buenísimo: mi idolatrado Starbucks. Flora, casi incapaz de no hacer mi voluntad (los mismo que me pasaba con ella), accedió al instante y se apartó de Milca y Mike para unirse a mí en la travesía del café. Milca me observó molesta y tomó a Mike del hombro y nos siguieron. Tener mi brazo alrededor de Flora me estaba resultando incómodo en demasía, era como abrazar a un hombre de nieve, o tocar con mis manos desnudas la gélida superficie de un glaciar. Creí que en cualquier momento la podría derretir… Qué imagen para más morbosa y genial. Realmente genial.

Llegamos a la puerta que resguardaban al aromático castillo y uno de sus amables plebeyos nos dio la bienvenida con una de esas sonrisas Colgate que sin ser perfectas, inspiran una confianza abrumadora.

—¿Qué van a pedir? —La sepulcral voz de la encargada de las órdenes me desorbitó por un momento y obligó a mirar hacia otro lado. Noté la calamitosa presencia de un individuo fácilmente europeo que me reinició por completo el sistema operativo, y no me siento culpable, ¿quién podría haberse resistido a su metro noventa de altura, ojos tan celestes como el cielo que nos condenaba con su luz, musculatura prominente y prometedora y una cara digna de Adonis, o al menos de su medio hermano mortal no reconocido? Jesús (mis disculpas si daño susceptibilidades, es sólo una expresión), ¡qué bueno estaba! Me quedé mirándole fijamente y me olvidé que mi enamorada estaba junto a mí, que el mundo existía y que aún debía hacer el maldito pedido.

—¡Maldita sea, Mateo! ¡Despierta! —Miré atónito cómo Flora dejaba escapar unas dos lágrimas y media y luego se dispuso a escapar del hipnotizante reino. Quise seguirle el paso y decirle qué demonios le pasaba, ¿se iba a comportar así si una chica quedaba mirándome y me hechizaba como aquel galán digno de exportación y una carta de agradecimiento?, pero Milca me detuvo, y entre un tono de decepción y falsa comprensión me advirtió:

—Tenemos que hablar —espero que no sea…— AHORA.

Mike, anonadado, le dijo a su eterna acompañante que nos reuniríamos en el hotel si es que lograba tranquilizar a Flora y explicarle mi condición. Sin embargo, un segundo antes de irse sacudió la melena y con el mismo tono que había utilizado su polola[1] me, por segunda vez en menos de tres minutos, advirtió:

—No, yo no le diré nada. Serás tú quien lleve a cargo la descomunal tarea de contarle a Flora sobre tu condición. Deja de acobardarte de una buena vez, adiós —se despidió de Milca con un breve beso y se fue tras Flora, que seguramente caminaba con la cabeza gacha a lo largo de la Javier Prado, pretendiendo no poder escuchar los latidos de mi corazón, ni los latidos del suyo, que se moría por mí.

Segunda parada para un paréntesis. Si aún no lo descifráis está claro que no sé escribir. ¿Descifrar qué? Descifrar aquella cosa que el mundo tan enfermizamente ha hecho que se incluya en mi vida y me modifique, como un virus, poco a poco, hasta que este a su merced. Este letal virus, que a su vez me otorga la vida se llama Flora, y no hay nada en este mundo que me pueda detener en la gloriosa tarea de amarla. Nada excepto los chicos. ¿Podré continuar así? Sería mucho más sencillo cortar esta tragedia de raíz y matar a Flora quizás en algún accidente de tránsito, es viernes, así que puede entrar en un contexto real el hecho de que haya un chofer embriagado manejando a 90 km/h a lo largo de la Javier Prado. O quizá sea necesario mantenerla unas páginas más con vida y tratar de descifrar qué es lo que me quiere decir. Trataré de entender los jeroglíficos que ahora adornan las paredes de su corazón, y a la vez intentaré desenterrarlo de la siniestra cueva en la que se ha enterrado. Solito, por su cuenta. Cierra paréntesis.


[1] Término que usan los chilenos para referirse a su contraparte femenina.